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jueves, 15 de marzo de 2012

ESCENA XII JOSE ZORRILLA





JOSE ZORRILLA

DON JUAN 

Como gustéis, igual es, 
que nunca me hago esperar. 
Pues, señor, yo desde aquí, 
buscando mayor espacio 
para mis hazañas, di 
sobre Italia, porque allí 
tiene el placer un palacio. 
De la guerra y del amor 
antigua y clásica tierra, 
y en ella el Emperador, 
con ella y con Francia en guerra, 
díjeme: «¿Dónde mejor? 
Donde hay soldados hay juego, 
hay pendencias y amoríos». 
Di, pues, sobre Italia luego, 
buscando a sangre y a fuego 
amores y desafíos. 
En Roma, a mi apuesta fiel, 
fijé entre hostil y amatorio, 
en mi puerta este cartel: 
Aquí está don Juan Tenorio 
para quien quiera algo de él. 
De aquellos días la historia 
a relataros renuncio; 
remítome a la memoria 
que dejé allí, y de mi gloria 
podéis juzgar por mi anuncio. 
Las romanas caprichosas, 
las costumbres licenciosas, 
yo gallardo y calavera, 
¿quién a cuento redujera 
mis empresas amorosas? 
Salí de Roma por fin 
como os podéis figurar, 
con un disfraz harto ruin 
y a lomos de un mal rocín, 
pues me quería ahorcar. 
Fui al ejército de España; 
mas todos paisanos míos, 
soldados y en tierra extraña, 
dejé pronto su compaña 
tras cinco o seis desafíos. 
Nápoles, rico vergel 
de amor, de placer emporio, 
vio en mi segundo cartel: 
Aquí está don Juan Tenorio, 
y no hay hombre para él. 
Desde la princesa altiva 
a la que pesca en ruin barca, 
no hay hembra a quien no suscriba, 
y cualquier empresa abarca 
si en oro o valor estriba. 
Búsquenle los reñidores; 
cérquenle los jugadores; 
quien se precie que le ataje, 
a ver si hay quien le aventaje 
en juego, en lid o en amores. 
Esto escribí; y en medio año 
que mi presencia gozó 
Nápoles, no hay lance extraño, 
no hubo escándalo ni engaño 
en que no me hallara yo. 
Por dondequiera que fui, 
la razón atropellé, 
la virtud escarnecí, 
a la justicia burlé 
y a las mujeres vendí. 
Yo a las cabañas bajé, 
yo a los palacios subí, 
yo los claustros escalé 
y en todas partes dejé 
memoria amarga de mí. 
Ni reconocí sagrado, 
ni hubo razón ni lugar 
por mi audacia respetado; 
ni en distinguir me he parado 
al clérigo del seglar. 
A quien quise provoqué, 
con quien quiso me batí, 
y nunca consideré 
que pudo matarme a mí 
aquel a quien yo maté. 
A esto don Juan se arrojó, 
y escrito en este papel 
está cuanto consiguió, 
y lo que él aquí escribió, 
mantenido está por él.

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